Algo de historia

«Lo sefardí en España: Filias, tópicos y estudios académicos» [extracto]

Elena Romero

[...] con aquella peculiar dualidad con la que Franco trató los temas judíos, cuando en 1939-1940 se fundó en España el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, uno de los institutos creados sin mayores problemas fue el Arias Montano de Estudios Hebraicos y Orientales. De la organización de tal Instituto se encargaron durante años el profesor de la Universidad de Madrid Francisco Cantera y el profesor de la Universidad de Barcelona José María Millás Vallicrosa, a los que siguieron otros varios directores. Poco a poco fueron engrosando el equipo otros miembros, pasando el Instituto a contar unos años después con unos ocho colaboradores fijos, que a su vez fueron formando a jóvenes estudiantes interesados en la materia y becados para ello. Tal número, proporcionalmente, no es nada desdeñable, y si hablo de números es porque, como luego veremos, ello tiene su importancia.

    En 1941 se inauguraba asimismo la revista Sefarad de estudios hebraicos y vamos a leer su carta de presentación, en la que se da el capotazo ritual a Franco, capotazo que con parecidas formulaciones aparece en otras revistas del Consejo que empezaron a aparecer por aquellas fechas. [...]

     Ocupémonos ahora concretamente de los estudios sefardíes. En los primeros años de la creación del Arias Montano la atención que se dedicaba al tema era meramente ocasional, consistente en la publicación en Sefarad de algunos artículos y también de algunos libros en las colecciones del Instituto, unos y otros mayoritariamente de colaboradores sefardíes. Entre los libros recordemos, por ejemplo, dos obras de Michael Molho, Usos y costumbres de los sefardíes de Salónica (1950) y Literatura sefardita de Oriente (1960).

     La situación cambió en 1962 año en que el Instituto Arias Montano y la Federación Sefardí Mundial crearon conjuntamente el Instituto de Estudios Sefardíes como centro paralelo al primero y cuyo fin era dedicarse en exclusiva al estudio del mundo sefardí, siendo su primer director Iacob M. Hassán –a partir de ahora le llamo Jacob–, quien por entonces, tras licenciarse en Filología Semítica en la Universidad Complutense de Madrid, llevaba años completando sus estudios en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Jacob ya había colaborado años antes de marchar a Israel en la Exposición Bibliográfica Sefardí Mundial, que tuvo lugar en la Biblioteca Nacional de Madrid en 1959 y pareció a ojos de los organizadores del nuevo Instituto la persona idónea para dirigirlo. Y desde luego acertaron un pleno, ya que sin aquella elección los estudios sefardíes en España nunca hubieran sido lo que han sido.

    Enseguida empieza a aparecer en Sefarad, cuyo subtítulo se amplió quedando formulado: «Revista de estudios hebraicos, sefardíes y de Oriente próximo», una sección especial dedicada a publicar artículos y estudios específicos del tema.

     Casi lo primero que hizo el recién creado Instituto de Estudios Sefardíes –es decir Jacob– fue organizar el I Simposio de Estudios Sefardíes, que se celebró en Madrid en 1964, reuniendo a estudiosos de todo el mundo y cuyas voluminosas Actas se publicaron en 1970.

     Por razones administrativas, en 1967 el Instituto pasó a integrarse como una sección más del Arias Montano, junto a las otras dos ya existentes que se ocupaban de Historia de los Judíos en España y de la Crítica textual de la Biblia. Puede considerarse aquello como el comienzo de la llamada Escuela Española de Estudios Sefardíes, siendo Jacob desde entonces su cabeza visible y quien a lo largo de los años hasta su muerte en 2006 la estuvo conduciendo con mano sabia.

     Desde los mismos principios la tarea llevada a cabo por Jacob fue inmensa, ya que tuvo que partir prácticamente de cero por falta de una tradición académica en la que basarse, tradición que no existía ni en España ni en ninguna parte. No es que en este campo del sefardismo y desde el mundo académico español y de fuera de España no se hubieran hecho previamente algunos esfuerzos, pero estos habían sido aislados, y fruto de investigadores que habían abordado el tema desde sus propios intereses ajenos al sefardismo, tal que bibliógrafos de judaica, hispanistas, musicólogos y estudiosos del romancero y del cancionero hispánico. Unos y otros habían producido bibliografías de fuentes aljamiadas, estudios lingüísticos a partir generalmente de fuentes orales, estudios de romances y canciones tradicionales sefardíes y recopilaciones con anotaciones musicales de tales textos tradicionales y también de cantos sinagogales.

     Por otra parte y teniendo en cuenta que se trataba de una materia no consolidada como disciplina académica, resultaba ser en su mayor parte un campo abierto para diletantes y aficionados de la investigación, en la mayoría de los casos con escasa o nula formación para ello.

    Como vemos y este era otro de los males de la materia, por aquellos años el sefardismo, o bien era materia estudiada desde el punto de vista de los hispanistas, o bien lo era desde un ángulo exclusivamente judío en publicaciones en hebreo, inasequibles a los primeros, sin que llegaran a ensamblarse los dos componentes, ambos igualmente necesarios e importantes en el estudio de la materia.

     Item más: el sefardismo estaba expuesto también al peligro del desviacionismo y la explotación política. Tanto las miras sionistas de Israel como la política de exaltación de lo hispánico en España pretendían usar y usaban en la práctica el hecho cultural sefardí para sus propios fines políticos, atendiendo en consecuencia mucho más a los aspectos meramente emocionales de la vida sefardí que a la verdadera entraña de su cultura multisecular.

    Jacob tuvo que acometer, pues, la ingente tarea de asentar en España –y después se vio que también fuera de España– las necesarias bases científicas para un estudio serio y continuado de la materia. Y lo primero que necesitaba en su entorno eran «curritos» a los que tuvo que formar, pues el sefardismo no era materia que se enseñara en la Universidad de Madrid, consiguiendo reunir en su entorno un grupo de unos seis colaboradores, contratados y becarios –y de nuevo los números son importantes–, la mayoría alumnos de Filología Semítica entre los cuales a partir de 1965 me contaba yo misma.

    Con criterios realistas, teniendo en cuenta sus propios conocimientos y los de sus colaboradores, y sopesando asimismo los medios con los que contaba, decidió concentrar sus esfuerzos y los de su equipo en el estudio de la lengua y de la literatura sefardíes, siendo su principal objetivo el de situar esa literatura en el lugar que le correspondía dentro del concierto de las literaturas hispánicas.

     Por todo lo dicho, ya en esas tempranas fechas Jacob era consciente de la necesidad de fraguar una metodología de disciplina tan singular, donde confluyen los estudios judaicos e hispánicos. Por una parte era imprescindible el establecimiento de repertorios de documentación básica; y así se acometió la preparación de una bibliografía de fuentes aljamiadas primarias y también de cuantos estudios más o menos científicos y documentales hubieran aparecido anteriormente; paralelamente también se empezó a trabajar en un repertorio léxico.

     A la vista del desconocimiento arriba citado por parte de los hispanistas de la literatura sefardí escrita, la orientación de nuestros trabajos se centró principalmente en la elaboración de catálogos y sobre todo en la edición y estudio de textos aljamiados, lo cual quiere decir en primer lugar la transcripción de los textos de letras hebreas a caracteres latinos. Para tal tarea, Jacob ideó un sistema de transcripción de base hispánica en el que, sin renunciar a reflejar ninguno de los rasgos distintivos de la fonética sefardí que se marcaban con signos diacríticos en las consonantes, permitiera presentar los textos de un modo que no contrariara la tradición de lectura del español o del hispanista. El sistema fue presentado en el XII Congreso Internacional de Lingüística y Filología Románica (Bucarest 1968) y se fue puliendo y perfeccionando con el tiempo, quedando los cambios plasmados en sucesivas publicaciones. En los últimos años de su vida Jacob llegó a la conclusión, plasmada en varias publicaciones y por demás acertada, de que para qué poner diacríticos: quien conoce la fonética del judeoespañol sabe pronunciar un texto sin problemas aunque no tenga apoyos gráficos, y el que no sabe, como decían nuestros clásico, que se fuera a Salamanca.

      Pero si nuestro propósito era la edición de textos primarios, lo primero que hacía falta era obtenerlos, ya que sólo contábamos con las muy pocas obras sefardíes que por casualidad albergaba la biblioteca de la que había sido la Junta de Ampliación de Estudios, predecesora del Consejo, sumados a los ejemplares fruto de la donación que hizo Michael Molho al Instituto de una parte de su biblioteca personal.

     Con tal fin, Jacob inició una serie de viajes a las bibliotecas del ancho mundo que tenían fondos sefardíes, con el fin de obtener copias de impresos y manuscritos. Y en ese prolongado viaje vivió con frecuencia de la amabilidad de sus amigos y colegas, que le alojaron en su casa, ya que un viaje presupuestado para quince días, duro tres meses. Recuerdo que cuando volvió me dijo: «Elena, quiero que en casa haya siempre una habitación de invitados a disposición de los colegas», idea que me pareció espléndida y que como todos saben, he mantenido y mantengo hasta el día de hoy. Como anécdota puedo recordar que un día Jacob me dijo: ¿Elena te importa que una alumna de Ana Riaño –de Ana me ocupo más tarde– venga a pasar 15 días en casa para que le eche un vistazo a su tesis. Contesté que no y los 15 días se convirtieron en año y medio.

      En esa tarea de recuperación de fondos aljamiados y de estudios sobre el tema, contribuí yo misma, consiguiendo un buen lote de ejemplares aljamiados en mi estancia de un año en Estambul y mediando en la difícil compra de las numerosas obras del historiador sefardí Abraham Galante, lo que entre otras cosas tuvo un primer fruto en la tesina de licenciatura de nuestra entrañable Ana María López, quien llevo a cabo un repertorio onomástico de los cientos de nombres de sefardíes, que dispersos y sin control aparecen en su obra.

   Mediante acuerdos con colegas, reunió asimismo Jacob una importante colección de textos orales, regrabados de otras colecciones, tanto de Israel como de Estados Unidos, a las que hay que sumar en mínima parte las grabaciones fruto de sus propias encuestas de campo.

     Y así a lo largo de los años hemos ido llevando a cabo nuestra paciente tarea de poner al alcance de los lectores españoles y de los hispanistas ediciones de textos sefardíes aljamiados. Nuestras ediciones, plasmadas en artículos o en libros, se completan con notas aclaratorias para que el lector español o hispanista no necesariamente judío comprenda temas, asuntos, conceptos, etc., que puedan proceder de: el acervo religioso cultural judío y sefardí, y de las tradiciones, costumbres y realia del mundo turco-balcánico, en que se creó y se transmitió esa literatura. Las ediciones, tanto en libros como en artículos, se completan con glosarios que recogen las palabras exóticas de los textos estudiados: préstamos del turco, del búlgaro, del bosnio, del serbio, del griego moderno y desde luego del hebreo presentes en el judeoespañol de los Balcanes. Así editadas y explicadas, es decir, hechas inteligibles para los hispanistas, tales obras de la literatura sefardí pueden a su vez ser objeto de nuevos estudios de cualquier orientación filológica en el sentido amplio y o estilística. [...]

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